¿Cómo hacer de la historia (y de la memoria) una herramienta para el presente?

 

Marisa González de Oleaga, doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, profesora titular del Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Ha publicado artículos en revistas nacionales y extranjeras sobre discurso político, experiencias utópicas, museos y memoria. Ha sido profesora invitada en varias universidades latinoamericanas y europeas. Ha sido investigadora principal de cinco proyectos de investigación de I+D+I. El último; “Industrias de la memoria: identidades, relatos y democracia en los espacios de memoria de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay en el nuevo milenio”. Entre sus publicaciones más destacadas: El doble juego de la hispanidad. España y la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial; El hilo rojo. Palabras y prácticas de la utopía en América Latina (coeditado con Ernesto Bohoslavsky), En primera persona. Testimonios desde la utopía; Tranterradas. El exilio infantil y juvenil como lugar de memoria (junto con Carola Saiegh y Carolina Meloni) e Itinerarios. Historiografía y posmodernidad.

Lleva una vida un poco transhumante entre su casa en el bosque en la sierra de Guadarrama y su otra casa en una isla del delta del río Paraná.

 

Ponencia: Historia y memoria son dos palabras que salpican cualquier discurso en ciencias sociales. En las últimas décadas esta dupla ha llenado una parte importante de los debates historiográficos. En el panorama español: que si la historia es la hermana mayor de la memoria; que si la memoria es poco fiable; que si la historia es la visión telescópica de la realidad; que si la memoria, en cambio, solo puede ser personal e intransferible. Todas estas cosas, y muchas otras, se han dicho sobre historia y memoria. Pero ¿por qué esa animadversión a la memoria colectiva, a la memoria histórica? ¿Por qué esa necesidad de establecer jerarquías entre una y otra como si no pudieran coexistir ambas con orígenes diferentes, propósitos distintos? ¿Por qué ese miedo a la que memoria desbanque a la historia (entendida como la historia contada)?

Tal vez porque la historiografía, como gremio, sigue creyendo que los relatos que confeccionan son la ley o son algo parecido a la realidad, atravesados por la verdad. Da igual que el gremio se revuelva diciendo que no es tan así, que ellos no confunden historia y verdad. Si no lo hacen en teoría, lo hacen claramente en la práctica. Según esta percepción, la historia da cuenta de lo acontecido mientras que la memoria, ya se sabe, es un asunto de cada quién penetrado por deseos e intereses. ¿Pero la historia contada no está también sujeta a esos mismos deseos e intereses? ¿No es la historia contada una disciplina encorsetada por normas y valores al igual que lo es la memoria? Realmente ¿sirve la historia contada -esa historia que se pretende verdadera- para entender lo que (nos) pasa? ¿Se puede establecer una relación mimética entre el pasado y el presente? ¿No hay acaso una cierta irrepetibilidad entre pasado y presente que hace que el conocimiento del pasado no sea aplicable en el presente? ¿Y no debería ser este dilema una piedra angular de la historiografía contemporánea?

Pero si la historia contada deja de tener esa capacidad para iluminar instrumentalmente nuestro mundo, ¿qué otras funciones podría tener -y tiene- ese saber, esos relatos sobre lo acontecido que llevan siendo contados a lo largo y ancho de este mundo, desde hace miles de años? Algo necesario debe de haber en ese contarse lo que (nos) pasó para que haya resistido a todos los avatares de la propia historia. Y ahí la historia y la memoria encuentran otros espacios: las identificaciones, el encuentro con la diferencia, la inspiración a través de la fricción….y en este otro contexto, que no pretende ser exclusivo ni constituirse en paradigma, la historiografía tienen una gran responsabilidad. Tanto las que trabajan con la memoria como las que lo hacen con la historia. La responsabilidad de ver cómo sus relatos, sesgados como no puede ser de otro modo, no solo intentan contar lo que pasó, sino que trabajan en favor de alguno de los muchos presentes posibles. Esto es, tienen un efecto claro en el presente, pero no a través de los mecanismos repetitivos entre presente y pasado, sino a través de esa dimensión performativa del lenguaje que hace que lo que digamos sea mucho más que lo que queremos decir.

Para hacer un poco más inteligible este panorama voy a proponer el análisis de dos casos: la historiografía y la historia de las utopías, con una pregunta central: ¿por qué la utopía o lo utópico se nos han mostrado en el siglo XX como conceptos coagulados que apelan a una realidad imposible?; y, por otro, la transmisión de memoria en los espacios de memoria del siglo XXI, acompañando este problema con una pregunta: ¿cómo resignificar un espacio de memoria testigo de la memoria traumática? En los dos casos hay un movimiento del ¿qué contar? (la verdad o lo más aproximado a la verdad, dirían los historiadores) a ¿cómo contar? Y ¿para qué? Movimiento que desplaza la idea de verdad a la idea de responsabilidad. Una responsabilidad que no se puede escudar en “yo escribo sobre lo que pasó”, ni siquiera “yo interpreto lo que pasó” sino que tiene que hacerse cargo de los efectos previsibles, y sobre todo de los imprevisibles, de su propio relato. Una auténtica responsabilidad que no se puede confundir con las consecuencias.

 

Posibles lecturas:

.González de Oleaga, M. (2019). Itinerarios. Historiografía y posmodernidad. Madrid, Postmetrópolis.

Los capítulos, “Aviso a navegantes”; “There was no King in Israel” y “¿Hay un texto en esta clase?”, pp. 5-7; 9-13 y 15-38.

.González de Oleaga, M. (2014). “Memoria y transmisión en los relatos sobre el pasado”. En Historia y política, 31, pp. 309-332.

.González de Oleaga, M. (2019). “¿La memoria en su sitio?. El Museo de la Escuela de Mecánica de la Armada”. En Kamchatka, pp. 117-162.

 

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